Estos serán el Sabio (Triunfador), el Sacerdote (Curador), el Guerrero (Héroe), y el Músico (Consolador). En todos los casos y tal como enseña Dion Fortune (si bien en su época no se había alcanzado el desarrollo de aplicaciones tan específicas y variadas como las que aquí señalamos), quien aparecer á investido con los atributos de cada Arquetipo seremos nosotros mismos, para operar en nuestro ser el cambio y los efectos emanentes de cada personalización.
EL SABIO
Nos veremos (después del ritual de introducción ya señalado) de pie en un campo, bajo un cielo estrellado. Ubicaremos el Este y hacia allí nos volveremos, viéndonos vestidos con una larga túnica blanca. En nuestra mano portaremos una pequeña vara de madera de no más de treinta centímetros de largo (puede ser una corta rama de árbol) y, extendiéndola hacia delante y abajo, visualizaremos salir de su extremo un delgado haz de luz violácea, hasta hacer impacto en el suelo. Giraremos en el sentido de las agujas del reloj, trazando un círculo luminoso a nuestro alrededor, mientras pronunciamos la siguiente frase:
“Yo (nuestro nombre) en el nombre del Ser Supremo y su Consciencia, trazo este círculo, para mantener a distancia a todos los elementos y a todos los entes que busquen dañarme, por la gracia de Su bondad y Su poder”.
Luego, al completar el círculo, trazaremos un sello de Salomón, o estrella de David, sobre el suelo y dentro de aquél, primero el triángulo cuyo vértice superior apunte en este caso hacia el Este, y luego el otro, cuyo vértice apuntará, obviamente, hacia el Oeste, y sus ángulos tocando siempre la línea de la circunferencia, efectuando este paso con la pronunciación de la siguiente oración:
“Yo (nuestro nombre) en el nombre del Ser Supremo y su Consciencia, me propongo y declaro Triunfador por sobre mis enemigos, Triunfador sobre sus actos y Triunfador sobre el Mal que me acecha. Yo, (nuestro nombre) soy un Triunfador y con la gracia de Dios y Su misericordia venceré todos los obstáculos y todas las barreras. En el nombre del dios del Universo y Su poder, amén”.
En todo momento, usaremos frutilla y violeta como sahumerio. Repetiremos este ritual tantas veces como lo deseemos, y recordemos que si bien tanto la ambientación como los pasos a seguir deben ser ejecutados mentalmente, convendrá que tanto la orientación cardinal como la dicción de las oraciones sí sean efectuadas en realidad.
EL SACERDOTE
Nos visualizaremos en el interior de un templo, de la naturaleza, características e idiosincrasia que prefiramos. Cerca del altar o cabecera, nosotros de pie, cubiertos con un mantón púrpura o amarillo con una capucha sobre nuestras cabezas, ceñida nuestra cintura con un cordón dorado. Repetiremos, entonces, la siguiente oración:
“Yo (nuestro nombre) invoco al Poder Celestial para que extienda sobre mí Su protección, om y paz, om y paz”.
Luego nos visualizaremos encendiendo frente a nosotros tres velas blancas, dispuestas en triángulo sobre un candelabro, repitiendo la siguiente frase:
“En el nombre del Padre (primera vela), del Verbo (segunda) y del Espíritu Santo (tercera) y con la luz material de estas velas, llevo luz espiritual a mi alma, la de los míos y a la de todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Que las tinieblas retrocedan ante Su luz, como la oscuridad de esta sala frente a estas velas, amén”.
Y para terminar:
“Yo (nuestro nombre) me proclamo Curador de todos los males y dolores, materiales y espirituales, invocando la Protección Divina, amén”. Usaremos como sahumerio, jazmín y violeta.
EL GUERRERO
Nos veremos de pie en una gran caverna, de espaldas a la boca de entrada y mirando hacia la negrura de las profundidades, cubiertos con el ropaje de un guerrero medieval, en su armadura.
Extraeremos nuestra espada y trazaremos un círculo a nuestro alrededor, tal cual lo hiciéramos en el papel del Sabio, en el suelo, pero este círculo comenzará a llamear a medida que la punta de la espada avanza. Las llamas nos rodearán, mientras repetimos la siguiente oración:
“Yo (nuestro nombre) me proclamo un héroe humano capaz de soportarlo todo, vencerlo todo y perdonarlo todo. Soy soldado del Señor del Universo, y en Su nombre enfrentaré todo, hasta imponer mi voluntad, que es sólo reflejo y expresión de la Suya. En Su nombre, Iod (nos tocamos la frente), He (el centro del pecho), Vau (el hombro izquierdo), He (el hombro derecho) no retrocederé ante nada, amén”.
En este caso, sahumerio con fragancia lavanda o patchouli.
EL MÚSICO
Los elementos para trabajar en este caso, además del ritual introductorio, deberán consistir en sahumerio de incienso, sándalo o rosa y una adecuada música de fondo. En este sentido, recomiendo la “Obertura 1812 ”, de Tchaikowsky, “La ciencia reveladora de Dios” del conjunto inglés Yes, “Háblame, respira” de Pink Floyd, “Los tres hados” o “Trilogía” de Emerson, Lake & Palmer, el “Himno a la Alegría” o “Aída”, de Verdi.
Todo consistirá, entonces, en visualizarnos dirigiendo la orquesta o conjunto que ejecuta el tema elegido, teniendo como fondo un gigantesco eneagrama que, para el caso eventual que el lector ignore, es este símbolo:
Antes de comenzar, ya de pie en el podio y frente al atril, en profundo recogimiento, pronunciaremos la siguiente oración:
“Yo (nuestro nombre) elevaré a Dios la gratitud de mi corazón con estos acordes y, como mensajero de Su amor, rogaré para que Su benevolencia y Su magnificencia cubran a mis seres queridos como las notas de esta música me cubrirán ahora. Om y paz, om y paz ”.
CONSIDERACIONES FINALES
Es posible que algún lector aún se cuestione la efectividad de estos métodos, así como su fundamentación. Además del hecho incuestionable de que la mejor forma de juzgar una técnica es probarla sobre el terreno, el Ocultismo tiene raí ces basadas en premisas y Leyes universales. Los métodos funcionan, porque por principio de analogía todo lo mental tiene su correspondencia en los otros planos, astral incluido. Dice Jesús Iglesias Janeiro (“La cábala de la predicción”, Editorial Kier, pág. 12): “Llámase Libro Akáshico al espacio interplanetario e intercelular ocupado por los siete éteres o principios que constituyen la “materia madre”que da forma a cuanto existe, éteres en que se reflejan las imágenes de lo que sentimos y pensamos y en los cuales toman forma etérea los seres, cosas y eventos antes de adquirirla en la realidad, algo parecido a lo que ocurre con una fotografía: que antes de impresionarse en la placa sensible es forzoso que tome forma en la luz que actúa en esa placa. En lo concerniente al Libro Akáshico, sin embargo, teniendo los eventos, cosas o seres apariencia distinta de la que asumen al materializarse, pero no sólo perfectamente identificable el total por cualquiera de sus partes, cual ocurre con el organismo físico, sino incorporado en cada característica todo lo relacionado con la imagen completa”. Dicho en otros términos, por correspondencia semejante es que la formulación mental y sus oraciones provocan reacciones sensibles en nuestro marco referencial, respondiendo así a pautas que verdaderamente nos permiten considerar este sistema como una real programación mágica.
Así, todos los Arquetipos señalados lo son en virtud de reflejar contenidos propios del Inconsciente Colectivo que de esta forma pasan de ser una estructura latente a una dinámica, generando con este desplazamiento una forma de energía. En cuanto a los símbolos, advirtamos que es en realidad un signo depositario de una codificación; conlleva, por así decirlo, memoria (en el sentido cibernético de la expresión). Los místicos saben bien que si una persona medita sobre un símbolo con el que otrora, también mediante meditación, se asociaron ciertas ideas, obtendrá acceso a esas ideas, aunque ese jeroglífico jamás le hubiera sido explicado por quienes a su vez recibieron la tradición. Dicho de otra forma: un símbolo es una máquina psicológica transformadora de energía.
Y en cuanto al efecto de las fragancias de los sahumerios, expliquemos su mecánica con la misma claridad meridiana que lo hiciera Iglesias Janeiro en su obra ya citada. “Como sabemos, en la composición de aquéllas son cuerpos que se forman por la combinación proporcional de carbono, hidrógeno, oxígeno, azufre y nitrógeno, llegando a constituir materias aromáticas específicas, los éteres, que son las bases en que tales materias adquieren cuerpo y poder volátil, impregnando otras sustancias y haciendo que, sin dejar de ser lo que son, participen de propiedades que no tenían. Estas propiedades son, por ejemplo, activar los centros psíquicos que desencadenan a su vez los automatismos que facilitan el afloramiento de las energías que laten tanto en nuestro inconsciente como en nuestro cuerpo etéreo. Además, así como ciertos olores repugnantes están asociados a la presencia de entidades negativas, determinadas fragancias, por la misma relación de correspondencia, alejan a tales o propician el acercamiento de otros entes, habitantes de planos superiores a aquéllos”.
Es posible que algún lector que no comulgue con las religiones aparentemente citadas en el contexto a partir de sus elementos rituales (catolicismo, judaísmo, hinduismo) pueda suponer que en su caso particular estas técnicas no surtirán efecto. A esto podemos oponer las siguientes observaciones:
En primer lugar, obsérvese que los elevados personajes ejemplificados, al margen de su realidad histórica, comparten una realidad mística: son verdaderos arquetipos porque, con diferencias en sus nombres, sus vestiduras y otros detalles de similar tenor, todos ellos aparecen en todas las mitologías y todas las religiones. Esta universalidad sólo puede explicarse en tanto y en cuanto admitamos que son arquetípicamente preexistentes; porque están en el inconsciente colectivo de la humanidad, a través de los tiempos, generan y acumulan una energía potencial que nosotros “evocamos” por un simple principio de reflexión (no en el sentido de “pensamiento profundo ” sino de “pensamiento reflejo ”). Aquello que existe en el Macrocosmos de la mente colectiva debe detonarse también en el Microcosmos de nuestro psiquismo individual. Así, las oraciones que acompañan a las técnicas tienen por objeto focalizar nuestra atención y concentrarse exclusivamente en lo que estamos haciendo.
Recordemos, como punto fundamental, que el sistema TAM se basa en esa Ley Universal que nos dice que “Todo es mental en el Todo”. El Universo es mental. Lo conocemos como Principio del Mentalismo. Cuando decimos que Todo es Mente, es obvio que no nos estamos refiriendo a que ese Todo sea producto de “nuestra” psiquis, es decir, no cayendo en un mero individualismo subjetivista kantiano. Lo que llamamos en este caso Mente, es la Mente Universal, la Consciencia Cósmica. Dios. Todo lo que integra la naturaleza, las energías, la materia en sus distintas manifestaciones, nosotros mismos, no son (no somos) más que órdenes o niveles inferiores, planos cada vez más densos de esa suprema sutileza que es la Consciencia divina. Quizás a nosotros, humanos mecanicistas, nos resulte difícil entender que inclusive aquello que tocamos con nuestras manos, que creemos tan seguro y concreto, podría desvanecerse en la nada si la omnisciencia divina así lo quisiera.
Para ilustrar más fácilmente este concepto, imaginemos que el cosmos es como un rí o que fluye de una cascada hasta morir en los bañados campestres. A la altura de la cascada, el agua fluye rápida y cristalina. Llegada a la llanura, los meandros de su recorrido reducen su velocidad y la enturbian, para terminar estancándose en los bañados de la forma negra y espesa del lodo. Existen claras diferencias entre el agua transparente veloz de la cascada y el agua turbia y lenta del río, sí, pero ¿alguien podr ía señalar con certeza donde termina una y comienza la otra?. ¿Acaso no es cierto que todos son gradientes más groseros o sutiles de la misma cosa?. En nuestro Universo ocurre lo mismo; a fin de cuentas, si hoy sabemos que materia y energí a son dos aspectos distintos de los mismos elementos básicos, y si la mente es una forma particular de energí a, aplicando un carácter transitivo, ¿no es evidente que mente y materia son sólo diferencias de grado?.
Por ello, el ritual mental que efectuaremos en Autodefensa Psíquica es “real” y no meramente “imaginario”. Todo lo que creemos “inventar” ya figuraba en el Registro Akáshico, o a partir de entonces queda plasmado en él.
Hermes Trimegisto dejó escrito que “la imagen de Todo lo que ha de ser, ya está hecha”. Aristóteles llam ó a esto “principio de las entelequias” y J. Iglesias Janeiro señaló que “las entelequias pueden suministrar las medidas de tiempo en que la materia que las llene ha de darles realidad ”. Es por esto que sostenemos que la fuerza, la verdadera e increíble fuerza del Ocultismo reside en que aunque ninguna de sus afirmaciones fueran “ciertas”, los siglos y la reiteración de sus creencias terminarán por hacerlas realidad, al transformarlas en entelequias.
Todo ritual mágico (misas católicas incluidas) toman de estos principios todo su poder; aun los mecanismos más, digamos, costumbristas, tienen una gran operatividad. Decir una plegaria a la hora de sentarnos a la mesa, por ejemplo, elimina las bajas astralidades aún sujetas a la carne, ya que sabemos que los animales, muertos brutalmente en los mataderos, inmersos en el miedo, no liberan sus paquetes de memoria con la suficiente naturalidad.
Todos los rezos, entonces, tienen su potencial y además un simbolismo impl ícito que devela su verdadera naturaleza. Empleemos entonces una fraseolog ía meramente occidental o recurramos a terminología sánscrita, los arcanos revelados son siempre los mismos. En nuestros Padrenuestros y otras oraciones donde se menciona a la Trinidad, se encierra una verdadera lección de mecanismos cósmicos. En este sentido, Papus enseñaba, por caso, que la Cábala llama “Padre” al principio que actúa sobre la marcha general del Universo; “Hijo” (o “Verbo”) al principio en acción sobre la Humanidad, y “Espíritu Santo”, al principio de acción en la Naturaleza. ¿Comprenden ahora el tremendo poder que pueden concitar dentro de ustedes mismos?.
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