Médium de nacimiento,
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No debía creer que tenía “enemigos” sino más bien
colaboradores... personas que desde sus efectos hacia mí me daban la
oportunidad de reconocer mis propios errores... eran como las herramientas que
el Maestro ponía en mis manos, para sanar mi alma. Nuevamente, tenía que
agradecer al Maestro esos momentos de su sabiduría, tan ilustrativa y
convincente... Su figura fue diseminándose en el fondo de la habitación hasta
que sólo quedo un fragmento de luz azul intenso, bordeado de un color dorado,
era su esencia. Aquel fragmento, presente en la pared sería para mí, la voz de
la conciencia. Ya no podía juzgar a los demás por lo que me hacían, sino que
debía pensar y analizar, con aquellos actos que intentaban demostrarme. Jung
hablaba siempre de la otra cara de la medalla. Si la medalla tiene dos caras,
¿por qué siempre nos quedamos solo con una? (Y en mi caso siempre escogía la
cara que más dolía). Tenía tema no solo para días, sino para el resto de mi
vida. Así eran las apariciones del Maestro, breves, pero tan intensas, que su
esencia de Amor-Sabiduría perduraba de forma infinita. Esta esencia que hoy me
impulsa a escribir, dejando que estas experiencias sirvan de ayuda a otros
médiums, para que puedan dar la vuelta a la medalla y vivir desde la plenitud
del Amor. 1945, España salía de una guerra y Cataluña era una región muy
castigada por los rigores de la posguerra, enfermedades y hambre para los que
sobrevivieron, pero que tuvieron que añadir las heridas imborrables de los
centenares de miles de muertos que se fueron, dejando a sus familias sumidas en
el dolor... Con esas perspectivas en un país que se reconstruía, con jóvenes
mal alimentados, pero llenos de ansias de vivir, un grupito de almas nos
preparábamos para ser sus vástagos, ellos con sus semillas de dolor, pero apostando
hacia un mundo mejor... iban a ser nuestros padres. Así, en una vivienda
compartida con mis abuelos, nací en Barcelona, en una calle con nombre de un
poeta, hoy sé que aquello fue una de las primeras sin cronicidades que viví. La
abuela y mamá, presentes en el parto me contaron que nací llorando y tirándome
de los cabellos, clara sentencia de lo que luego sería mi vida, llena de amor
por parte de los demás, pero interpretada por mi desde la cara de las carencias,
ya que disfrutando de cariño y placeres solo me prestaba a reconocer la
tristeza y el dolor. En este mismo piso a mis 3 años murió mi bisabuela.
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Era ya
muy mayor y su partida, aunque sentida, no hubiese tenido más trascendencia
sino fuera porque al poco tiempo de haber dejado este mundo, venía de noche a
contarme cuentos, en mi cama y yo lo vivía con verdadero terror. Nunca dije
nada porque supuse que nadie me creería, la palabra “BOBADAS” o “TONTERÍAS
TUYAS” sonaban en mis oídos como piedras que sepultaban las emociones que
sentía, por eso aprendí muy pronto a callarlas, porque las quería “sentir” no
enterrarlas. Así como la bisabuela era mi pesadilla, la madre de mi madre, la
abuela fue aquel bálsamo benefactor que reparaba mi alma, a ella y sus consejos
debo agradecer, la serenidad de mis primeros años. Como amiguita de juegos,
tuve a una niña bellísima, de carácter sereno y agradable, no recuerdo su
nombre, porque la llamábamos “la nena maca” justo cuando en casa había nacido
otro bebe, la “nena maca”, murió. En su casa se cambió de risas y juegos, a
lágrimas y ojeras, su madre parecía un fantasma, sus ojos, apagados por las
lágrimas, eran como dos puntos en un rostro, antes bello y ahora grotesco e
impenetrable. No podía soportar esa visión y de ahí nació mi primera protesta a
Dios. Me fui al salir del colegio a la Iglesia y allí frente al Cristo
crucificado, de rodillas, pero en actitud altiva le recriminé. “Si yo soy un
bicho, que solo hago diabluras, y la nena maca era tan buena y hacía tan
felices a sus padres, si ellos no tienen ningún otro hijo, y en cambio en casa,
hay otra niña, porque no te me has llevado a mí, y no a ella, eres injusto y
caprichoso, y un Dios así no me sirve”. Tanto rato debí pasar en esta actitud
que el párroco se me acercó y pregunto que hacía allí. Al contarle mi
situación, me dijo con voz muy amable, que Dios se llevaba a las personas
buenas porque las necesitaba en el cielo, y así las liberaba de los
sufrimientos humanos, fue para mí en aquel momento la aclaración que necesitaba,
las explicaciones de aquel sacerdote, causaron en mi la impresión de una gran
revelación... y sembró la semilla necesaria en mi alma, para que años después
indagara en los libros de Allan Kardec y me encontrara con la Ley de la
Reencarnación. La muerte de mi amiga me hizo conocer el dolor de la pérdida de
un ser querido, por aquel entonces, mi padre se había situado y nos tocó irnos
a vivir 3 años a Galicia... vidente en Galicia.
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